martes, 2 de febrero de 2016

SERIE - LA HISTORIA DETRAS DE UN HAIKU: 'Jackie'

Jackie tenía 2 años y hablaba muy poco. Es difícil decir si había aprendido palabras o no. Pero no las utilizaba. Años después sigue siendo una persona que no se explaya en el discurso. Tanto entonces como ahora se lo atribuye a que “no habla cuando no tiene cosas interesantes que decir”. Parece una buena filosofía.

Cuando era pequeña, aun a pesar de su falta de palabras, sabía expresarse y conseguir lo que necesitaba y sus papás casi siempre sabíamos que quería, cuando, donde y como. Aunque a decir verdad no podría decir que sabíamos como se sentía.

A esa edad vivió o vivimos para ser precisos nuestro primer proceso traumático como familia. Mi esposa que es médico familiar cursaba el ultimo año de la especialidad y como parte del programa de formación debía cumplir con un período de seis meses de actividad en campo.

Para nosotros eso representaba que tendría que mudarse a casi mil kilómetros de donde vivamos. Viajaría a Ocosingo, Chiapas. La frontera sur mexicana. Un lugar a medio civilizar, cuna de un reciente levantamiento armado en aquel entonces y a 12 horas de marcha ininterrumpida en automóvil desde nuestro lugar de residencia.

Ella no podía evadir el compromiso y yo no podía abandonar los estudios de maestría en los cuales me encontraba a la mitad del camino. Fué nuestra primera separación, involuntaria, pero eso no quitaba el desconcierto.

¿Y la niña? Jacqueline que era nuestra primogénita y hasta ese momento nuestra única hija, viajó con su madre y su abuela que las acompañó para apoyar a mi esposa con la niña, durante las guardias forzosas que debería realizar cada tercer día.

Era triste que nos separáramos siendo Jackie tan pequeña, pero hubiera sido injusto y cruel separarla de su madre a esa edad.

El proceso fue difícil por mas de una razón, la distancia, el dinero, la separación, etc. Pero al final de cuentas concluyó para beneplácito de todos.

Y cuando Jacqueline regresó 6 meses después era una niña con un vocabulario enorme, al cual había contribuido sin duda alguna la cercanía y los juegos con su abuela, y el contacto con otros adultos vecinos del lugar. Pero no solo era el vocabulario, era su mirada mas profunda, podría decir más madura a riesgo de parecer exagerado. Amor de cuervo. Y sus reflexiones, aunque infantiles, hablaban de que para la niña el horizonte se había expandido mil kilómetros hacia el sur o al menos dentro de los hemisferios cerebrales.

Pienso que la niña debió darse cuenta de la necesidad de expresarse de otra forma distinta a como lo había hecho hasta entonces cuando estaba segura y cómoda en la cápsula de protección de sus padres. Era mi niñita, seguía siendo pequeña, seguía siendo inocente pero se que entendía más detalles de la vida. No es que tuviera aires de adulta - no me gustan los niños adultos - es que uno sabía cuando hablaba con ella que si no comprendía, al menos guardaría las palabras por un tiempo hasta poder digerirlas.

Lo que siguió a ese regreso fue un despertar de entusiasmos, inquietudes, preguntas, pensamientos en paralelo a su ingreso al preescolar. En ese momento recuerdo maravillarme con la radiante luz que reflejaba esa niña hasta hacía muy poco tan reservada para hablar. Y para mí mas que la evolución natural de las habilidades cognitivas derivadas del neurodesarrollo era evidente que Jacqueline a tan corta edad había sabido sortear una situación compleja de la familia y había madurado. Salió avante de su primera tribulación familiar y cuando la veía, además de ver a mi pequeña veía también a la promesa apenas en capullo de lo que sería una mujer independiente mas tarde.


JACKIE
Hermosa niña,
mujer inteligente
en primavera.

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